En mis 25 años como inversor “value” ya he visto de todo, como dicen los carcas, yo incluido. Pero es la verdad. Los vaivenes en los mercados, con mayor o menor fuerza, son constantes, como lo refleja la ilustración de Iván Mata que acompaña a este post. Una montaña rusa en la que muchos pierden hasta la camisa en las caídas por huir con pavor en los momentos difíciles.
Ese miedo, ese temor a perderlo todo, es lógico y comprensible cuando se hacen inversiones irracionales, no profesionales, sin los conocimientos financieros debidos o cuando se juega a la Bolsa como si lo hiciéramos a la ruleta rusa, a ver si cae la bolita en nuestra inversión.
Si, por el contrario, la inversión es racional, sensata, profesional y, sobre todo, si es una inversión “value” bien estudiada y diversificada, la huida sólo nos va a suponer que perdamos la gran oportunidad de recoger toda la rentabilidad esperada.
Esta última afirmación no pretendo que sean sólo palabras bonitas y esperanzadoras porque ahora corren tiempos revueltos para la inmensa mayoría de los inversores. Me baso en hechos y cifras reales vividos como inversor, y que quiero recordar a los más viejos del lugar, porque la memoria es muy corta cuando se trata de estos temas. Pero también deseo que los inversores más recientes los conozcan, porque si se tiene la suficiente sangre fría como aguantar esas caídas temporales, va a merecer mucho la pena no bajarse del tren en marcha por miedo a estrellaros. Es peor tirarse de ese tren, porque te puedes “matar” financieramente.
Aunque a lo largo de estos 25 años como inversor he vivido varias montañas rusas importantes, me voy a referir sólo a las dos más terroríficas. La primera fue provocada por la burbuja de las tecnológicas, o las puntocom. La mayoría de la gente perdió la cabeza con Terra y compañías similares. Yo mismo le preguntaba al propio García Paramés un día, allá por el año 2000, que por qué no invertía en Terra. Todo el mundo se estaba “forrando” menos nosotros. Sobre una servilleta de papel, él me hizo cuatro cálculos que daban un valor máximo de 5 euros por acción a esa compañía, cuando entonces estaba cotizando por encima de los 120 euros. Llegó incluso hasta los 157 euros, pero el día que cerró definitivamente lo hizo a 3,04 euros.
Efectivamente algunos se forraron, pero la mayoría de los inversores perdió mucho dinero arrastrados por una codicia que no tenía justificación empresarial que la solventara.
La desconfianza de García Paramés en la mayoría de aquellas compañías tecnológicas era total, hasta el punto de que los fondos que gestionaba tenían pérdidas del entorno del 8%, si no recuerdo mal, mientras que el índice comparativo ganaba en torno al 18%.
Entonces hubo amigos míos, y sobre todo compañeros de trabajo, que se apearon en marcha del tren “value” para subirse al de las puntocom. El resultado fue que en los siguientes tres años el mercado perdió un 40% y mi tren, que iba siempre a contracorriente o en dirección contraria al mercado, subió un 49%. Notable diferencia.
Y eso se consiguió con acciones, por poner un ejemplo, como CAF, ya que estamos hablando de trenes, una de las compañías en las que Paramés ha estado mucho tiempo invirtiendo. CAF cotizaba a 14 euros en el año 2000, y diez años después llegó a los 440 euros. Eso es alta velocidad y lo demás es un cuento.
¿Aquello fue suerte? No, porque igual que en CAF había invertido en muchas otras empresas sólidas a precios irrisorios. La “manada” inversora estaba focalizada sólo en las tecnológicas y no veía las grandes oportunidades que había a su alrededor. Es la típica irracionalidad que con frecuencia agita a los mercados.
Esa excelente rentabilidad nos llegó a los pocos que confiamos en una gestión “value” con inversiones a contracorriente del mercado en compañías fuertes, con negocios claros, con equipos solventes, etc. Todo esto, antes o después, el resto de inversores lo acaban reconociendo y depositando allí su confianza y su dinero.
Pero cuando empiezan a ser demasiados y el valor asciende por encima de lo que los gestores “value” consideran oportuno, ahí sí es el momento de salir corriendo, y eso es lo que hacen ellos para inmediatamente entrar en otras empresas fiables, infravaloradas, bien gestionadas… que, una vez más, muy pocos ven. Y pueden pasar uno, tres o cinco años hasta que esa inversión da sus frutos, pero en la mayoría de los casos los da. También hay errores, porque todo el mundo se equivoca, aunque suelen ser los menos posibles por el gran rigor con que se analizan esas compañías.
La segunda gran montaña rusa inversora en la que he estado subido fue la inmobiliaria y financiera iniciada en agosto de 2007. Durante la primera mitad de ese año y el anterior no sé la cantidad de amigos y de familiares que empezaron a invertir atraídos por las rentabilidades que obteníamos los que confiábamos nuestro dinero a los gestores “value”. Unos decidieron no pagar comisiones y actuar por su cuenta como unos “campeones”, otros muchos acudieron sobre todo a fondos gestionados por los bancos, y los menos se embarcaron en la inversión “value”.
A algunos de mis familiares más cercanos conseguí convencerlos de que confiaran en esta inversión “value” y abandonaran por una vez en este camino a su banco de turno. Así lo hicieron, pero con los primeros vaivenes bursátiles empezaron a temblarles las piernas, y a partir de septiembre de 2008, con la caída del banco de inversión Lehman Brothers, salieron despavoridos.
Era comprensible en inversores más o menos novatos, porque las caídas fueron terribles. En el mes de octubre hubo días con descensos del 10%. La gente abandonaba sus inversiones con la única obsesión de no perder absolutamente todo.
Pero los más veteranos que confiábamos en nuestra inversión “value”, apretamos los dientes y aguantamos ese año un desplome del 44% en el fondo internacional y un 35% en el nacional. Al final, la cartera internacional llegó a perder nada menos que un 62% hasta el mes de marzo de 2009 (en 18 meses).
¿Qué ocurrió finalmente? Pues que todos los que se marcharon de aquellos fondos “value” se perdieron una subida del 100% en los nueve meses siguientes, y los que continuaron esperando por miedo a nuevas caídas, también se perdieron las importantes subidas que hubo después. Porque es muy difícil acertar de pleno cuándo es el momento ideal en el que hay que entrar o salir.
Si me ha quedado algo muy claro de estas experiencias inversoras, y que desde luego sirven para toda la gestión “value” auténtica, sea quien sea el gestor, es que siempre que tu economía te lo permita hay que invertir en los momentos de grandes caídas, y nunca salir, salvo que tus necesidades económicas lo requieran.
Este tipo de inversión siempre te da grandes recompensas en el largo plazo. Pero si lo que estás buscando son “pelotazos” en el corto plazo o crees que no vas a poder aguantar caídas durante unos meses, mejor no entres en la inversión “value”. Juega a la ruleta rusa o invierte tu dinero en renta fija, aunque no seas consciente de que, de ese modo, lo menos que pierdes es poder adquisitivo.
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