Hace 500 años lo dijo Montaigne, pero seguimos extrañándonos. La vida es ondulante, sube y baja, y así será siempre en todos los ámbitos de nuestra existencia. Basta echar una breve mirada atrás para descubrir la evidencia. Sin embargo, no lo hemos asumido enteramente todavía, y ésa es una fuente de desdicha continua para el hombre. Porque cuando algo en nuestra vida sube, lo encontramos naturalísimo. En cambio, cuando algo baja, llega la sorpresa, el escándalo y la incredulidad.
Es propio del hombre, que huye del esfuerzo y del dolor, querer las virtudes, pero no el sacrificio que supone merecerlas. Nos consideramos pacientes, pero en cada prueba dolorosa de paciencia protestamos o huimos. Nos consideramos inversores a largo plazo, pero cualquier imprevisto a corto plazo nos altera profundamente y nos llena de precauciones y de prisa. Nos consideramos distintos a la mayoría, de criterio independiente y sostenido, pero caemos como cualquiera en la duda más punzante ante cualquier contratiempo.
El hombre y sus convicciones sólo se prueban en la adversidad, cuando vienen mal dadas. Exclusivamente cuando vienen mal dadas. El inversor value se prueba en el dolor de quedar rezagado por no seguir modas ni tendencias; en el dolor de hacer lo contrario de la mayoría; y en el dolor de parecer equivocado a corto plazo. Nadie puede considerarse inversor value hasta que no haya pasado por una situación así, una situación objetivamente dolorosa, y se haya descubierto, con sorpresa, en absoluta calma, felizmente sostenido por sus convicciones.
En enero de 2022 será el momento de sacar conclusiones
Esto de conservar la calma es más sencillo de lo que parece. Basta con actuar con coherencia, es decir: basta con ser lo que decimos ser. Si somos inversores pacientes, convencidos de nuestras ideas y a largo plazo, simplemente ejerzamos como tales. Para hacerlo, basta una decisión definitiva: más allá de valores liquidativos diarios, comentarios trimestrales y conferencias anuales, hagamos balance como partícipes una sola vez cada 5 años. Eso, y nada más que eso, es el mínimo de tiempo que podemos considerar largo plazo.
Hasta entonces, ejerzamos la confianza otorgada a los gestores de nuestro dinero, y ocupémonos con entrega -con alegría cuando toque y también con dolor cuando corresponda- de nuestros variadísimos asuntos personales. En enero de 2022 será el momento de sacar conclusiones consistentes y justificadas todos juntos. Hasta entonces, seamos en verdad lo que decimos ser, dejemos que el tiempo trabaje a favor de nuestras inversiones y disfrutemos del maravilloso milagro que es el día de hoy.
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