Seguro que os estáis preguntando qué es eso del ahorro como premio. El premio del ahorro es de maceración lenta, muy lenta, cuyos frutos no se ven de un día para otro, ni siquiera de un año para otro. Para acertar en el premio, el horizonte temporal seguro podría ser de un lustro, incluso a veces hasta más. Por eso la paciencia es una de las mayores virtudes que se deben inculcar y reforzar.
Y eso es lo que estoy tratando de enseñar a mi hijo de siete años, al que he iniciado en la educación financiera desde el año pasado, con la idea de que asocie el ahorro al premio, bajo las premisas del logro con esfuerzo, disciplina y paciencia a la vez que se divierte.
Se llama Andoni, como yo, y está aprendiendo a ahorrar con premios que le concedemos por su esfuerzo en los partidos de baloncesto que juega, en carreras, en las notas que obtiene en el colegio y algún que otro aliciente que pueda encontrar en el camino.
Su pasión por ahora, entre otros muchos deportes, es el baloncesto. Durante el curso pasado jugó en el equipo de su cole en la categoría de prebenjamín. La ilusión en cada partido era máxima, el pundonor por cada jugada digno del mayor de los premios posibles, y sobre todo disfrutaba.
Por eso al acabar el primer partido, inmediatamente pensé que de alguna forma había que recompensar ese caudal de nervio y de ganas, y que ese torrente de energía debía generar algún tipo de sinergia.
Le propuse un “negocio”, por cada partido jugado, independientemente del resultado, me comprometía a premiarle con 100 euros, pero con la condición de que debería ahorrar ese dinero para que trabaje para él durante muchos, muchos años… ¡hasta que se haga mayor! Momento en el que ya no serán 100 euros, sino, a buen seguro, mucho más. Me miró con cara incrédula, sin entender nada, pero aceptó sin vacilar: “de acuerdo, papá. ¡Acepto!”
Dicho y hecho, por cada partido de baloncesto jugado, sus papás, al día siguiente hacían la aportación del premio a uno de los fondos de inversión en los cuales es participe. Con gran dedicación, tesón y esfuerzo por su parte, durante la primera temporada ha jugado, no solo los partidos de su categoría, sino que ha sido convocado en algunos partidos de categorías superiores. En total 11 partidos jugados con ganas y, sobre todo, con ilusión, mucha ilusión. Se lo ha pasado en grande.
Un enamorado del deporte y astuto gestor
Siempre ha sido el primero en levantar la mano para salir al campo, y os puedo asegurar que sabe perfectamente cuánto dinero ha ganado y que cada uno de esos euros corresponde a un partido. Además de un enamorado del deporte es un astuto «gestor».
De la misma forma, durante el último año, o curso académico, he ido realizando una serie de carreras en mi ciudad, un «circuito de carreras», porque yo también me marco mis propios retos. En dichas carreras existía una categoría para niños, por lo menos en muchas de ellas. Andoni me pedía insistentemente, poder correr conmigo, pero, evidentemente eso no es posible por su edad. Por lo tanto, le propuse que por cada carrera que terminara su padre, él recibiría como premio otros 100 euros, que también debería ahorrar de la misma forma que hacíamos con cada partido de baloncesto.
Por supuesto aceptó sin vacilar, y al día siguiente de cada carrera sus padres hemos ido aportando el premio correspondiente a uno de los fondos de inversiones de los cuales es partícipe. En el primer año ha disputado seis carreras, y en todas ha cruzado la meta, con orgullo, de la mano de su padre.
Sin duda, a muchos os parecerá descabellado hacer esto, incluso puede que lo veáis mal. En un principio creía que lo que le propuse se iría diluyendo con el tiempo, pero nada más lejos de la realidad. Se ha mostrado en todo momento ilusionado y disfruta cada minuto.
Su astucia le hizo buscar otras formas de premio más inmediatas, más tangibles, como es lógico en un niño. Así, por cada canasta que metía en los partidos su abuelo le premiaba con un euro. Este dinero es un premio con el que puede comprar sus caprichos y algunas chuches. Así, ha esperado pacientemente hasta reunir el dinero suficiente como para comprar la camiseta de un jugador de fútbol que es su ídolo.
Con estos ejemplos quiero poner de manifiesto que una educación financiera, en su justa medida, puede ser muy beneficiosa para los niños. Alguno se dará cuenta de la influencia que el libro «Padre rico, Padre pobre», de Robert Kiyosaki, tiene en este relato.
Desde aquí quiero animar a inculcar valores financieros a vuestros hijos y demás familiares asociándolos, no a algo encorsetado y obligatorio, si no a algo lúdico, a algo que no nos cueste excesivo esfuerzo. Así es la forma segura de disfrutar en un futuro de unos frutos que nos harán darnos cuenta del valor del premio del ahorro.
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