Antes, prácticamente el único vehículo para acceder a la renta variable era la inversión en acciones. Hoy, en cambio, nos encontramos con distintas alternativas más sofisticadas, que permiten diversificar los activos y disminuyen el riesgo inherente a la concentración. Entre ellos se encuentran los fondos de inversión.
Desde el año 1997, la inversión en fondos se ha multiplicado por nueve, pasando de 27.000 millones de euros a más de 253.000 millones en la actualidad. También ha aumentado considerablemente el número de partícipes, ya que en 1997 eran 6,2 millones, y actualmente son casi 10 millones, lo que supone un 60% de incremento.
Dentro del universo de fondos de inversión, nos podemos encontrar con fondos de renta fija, garantizados, mixtos, de renta variable, hedge funds… Todos ellos con estilos de gestión diferentes. Podemos encontrar fondos con enfoque de crecimiento (growth), fondos que replican índices, fondos inmobiliarios, fondos de materias primas y, por supuesto, fondos centrados en el value investing.
Es bien conocido por todos, que el objetivo último de los inversores es ganar dinero. Es decir, conseguir que la inflación no merme la capacidad adquisitiva de sus ahorros. El problema aparece cuando muchos ahorradores se olvidan de gestionar su dinero, llevándolo a inversiones en productos que les suponen una pérdida de poder adquisitivo real.
Como comentaba en el inicio del artículo, el cambio en las costumbres inversoras de los ahorradores no ha sido solo en aspectos relacionados con la elección del vehículo de inversión a través del cual canalizar los ahorros, sino también en la mentalidad y la filosofía de inversión.
Es habitual en el mundo de las inversiones ver sólo lo que queremos ver, y como resultado, solemos excluir alternativas que pueden ser mejores. Es muy importante que el inversor conozca bien sus limitaciones y que se cuestione sus aspiraciones a la hora de tomar decisiones de inversión.
Las gestoras con un estilo auténtico de inversión “value” gestionan unos 8.600 millones de euros
Teniendo en cuenta esas premisas, a lo largo de las dos últimas décadas, nos hemos encontrado con inversores que han emprendido un viaje hacia la filosofía del value investing -también conocida como inversión en valor-, como una solución para incrementar sus ahorros protegiendo su poder adquisitivo.
Si bien es cierto que se han acercado personas de toda índole, las gestoras de fondos con un estilo auténtico de inversión “value” gestionan ahora una cantidad aproximada a los 8.600 millones de euros, cifra que apenas representa un 3% del total de la industria de fondos. Por tanto, podemos concluir que queda un amplio abanico de inversores que aún no ha tomado este camino.
Para aquellos que sí emprendieron este viaje, el camino no ha sido sencillo. A lo largo de los últimos años, los inversores que se han sumado a la filosofía de inversión en valor, se han encontrado con situaciones de mercado en las que los “fondos value” han tenido comportamientos peores que el resto del mercado o simplemente han sufrido caídas iguales a las de las bolsas. Así, mientras los índices obtenían resultados positivos, los inversores value tuvieron que soportar resultados peores e incluso negativos.
Ante la tentación de “seguir a la manada” y de actuar impulsivamente de forma errática por los vaivenes de las bolsas, hay que resaltar que es en esos momentos en los que estos inversores sacan a relucir su auténtico carácter value. Y la esencia de ese carácter consiste, básicamente, en entender que la volatilidad de los mercados es una oportunidad para generar valor. Es decir, para incrementar los potenciales de revalorización de las carteras.
De ese modo, el inversor es consciente de que las bajadas no tienen que implicar una pérdida permanente de capital, sino más bien una oportunidad para “coger carrerilla” e incrementar las posibilidades de obtener unas mejores rentabilidades en el futuro.
En resumen, el mayor activo de un inversor value es la paciencia, una virtud clave para aprovechar oportunidades de inversión en el largo plazo.
Como decía antes, interiorizar esta forma de actuar no es sencillo. Pueden transcurrir periodos largos de tiempo, o más concretamente sufrir varios momentos bajistas del mercado viendo cómo se reduce nuestra inversión. Eso, hasta que se alcanza un punto de madurez, en el que la incertidumbre y el miedo desaparecen o al menos dejan de ser factores que afecten a las decisiones de inversión.
¿Qué queda después de este viaje o evolución? Habitualmente la forma de actuar del “inversor value” cumple las siguientes características:
- Invierte, no especula.
- Invierte de forma lógica y sencilla, en aquello que entiende y encaja con su forma de pensar.
- Busca un equipo de gestión que esté alineado con sus inversores.
- No toma decisiones de inversión en función de rentabilidades pasadas.
- No le importa la evolución de los índices, piensa en el largo plazo.
- Tiene claro que no va a necesitar disponer del ahorro que destina a este tipo de inversión en un plazo de al menos 5 años.
- Asume la volatilidad como una oportunidad, no como riesgo.
- No vende cuando cae el valor liquidativo de los fondos.
- Si dispone de liquidez incrementa sus posiciones tras caídas.
En definitiva, la transición para aplicar de manera consistente la filosofía del value investing puede ser larga, no exenta de momentos de desazón por las rentabilidades negativas que pueden producirse a corto plazo, pero muy gratificante y rentable a nivel intelectual y económico en el largo plazo.
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